miércoles, 26 de abril de 2017

Mi Renacer en Biodanza






Silvia propusó una danza de bailar la libertad acompañado. Días después he sabido, que ese acompañamiento, que esa mano sobre la espalda era como un hilo umbilical cuya carga simbólica era profunda y de implicaciones abismales. Era el último día de la formación en RENACER EN BIODANZA. Habían pasado dos años de mis dos roturas de Gemelos. El miedo a nuevas lesiones pesaba continuamente en cada uno de mis danzas. Por fin, estaba pudiendo ampliar mi formación, después de muchos años con dificultades, barreras e impedimentos. Y en esta danza, la música me fue penetrando y yo poco a poco me fui dejando, fuí produciendo el movimiento y volví a levantar vuelo como tan sólo dos días atrás no podría haber imaginado. De repente, como si hubiera entrado en otra dimensión, dejé de ser dueño de mi cuerpo, de mis pasos, de mis movimientos, y me deje arrastrar por ese flujo inusitado que se había apoderado de mí, y cada célula de mi cuerpo entró en una borrachera cósmica de libertad. Y sí, tanta libertad hizo que mi pecho se abriera experimentando el éxtasis del renacido. Comencé en uno de los movimientos a girar, y girar, y girar y pude lleno de gozo abandonarme y dejarme caer totalmente confiado sobre el piso... la totalidad de mi ser quería volver a volar, a danzar la libertad con mayúsculas que acababa de paladear. Y entonces sucedió que me dí cuenta, que era ese mi verdadero Ser, mi verdadero estado natural, mi verdadera esencia: la libertad.

Como la serpiente que ha dejado atrás su piel y ha transitado su renacer, como la mariposa que se ha desprendido de su vida lastrada de larva y ha extendido sus alas para experimentar su liberación, como el colibrí, que embriagado de néctar amplia sus horizontes porque se sabe bendecido de abundancia inagotable, como el sol que se da inagotable sin pedir cuentas a nadie, como el alquimista que se olvida de la fórmula y abraza la matraz que contiene la divina esencia; finalmente como la madre, que  funde el pecho del bebe contra su regazo y sella sus ojos con su recien nacido que sostiene sabiéndose fuente plena de vida; yo había dejado en esa danza, extendidas por toda la sala, las corazas, las caretas, las mochilas, las muletas, los escudos, las maletas, las espadas, las excusas y las trabas, los porques y los para ques, las preguntas y todas y cada una de las respuestas: mi naturaleza original, pura, virgen y completa estaba allí, desnuda, irreverente, eternamente dispuesta.





  Y en todos esos cuatro días, un angel inesperado, había estado acompañando todos y cada uno de mis pasos. Un angel que con su invisible hilo umbilical, había estado preparando mi vuelo, mi danza, mi coraje y mi templanza, mi sueño, mi nada, mi todo, mi ser y mi nueva morada.



Su mirada, de potencia sanadora totalmente inesperada, me vistió de luz.  Aquello, mi querido Rolando, era, fue y será una hierofanía. 






Tan significativa, como cuando días después sostuve entre mis manos a Marie Claire para ayudarla a hacer el tránsito. Tan conmovedora y abismal, como cuando después de su transtasis, la arrope entre mi cuerpo desnudo y sentí la arquetipica visión de sostener la vida sin juzgarla, convirtiéndome en una cuna de ternura, en un mar de consuelo, en un Cáliz de calostro redentor. La mirada inocente de la niña, invitándome a rescatar mi mirada limpia y trascendente, el llanto liberador y renovador de la mujer plena y completa, sostenida entre mis brazos. El transito de niña a mujer. Y mi arquetípica misión de facilitar ese proceso, para vivir mi propio proceso interno. Esta metavisión, que nace ahora mientras desplazo mis dedos entre el teclado, demuestra el poder profundo de biodanza y su condición sistémica y constelar. En la épica formación, había estado acompañando a una niña en toda su inocencia ( en verdad, fue ella también la que me había estado acompañando) para después ayudar a renacer a una mujer completamente pura. La que desprendida de todas sus viejas cargas, había dejado entre contracciones y trances, su vieja piel para nacer inmaculada, embestida precisamente de la más potente y conmovedora inocencia, como Eva en mitad de una ronda que se tornó en su paraíso, como la gran Venus de Boticelli, con la misma belleza primigenia y conmovedora de todo Ser.